Archivo diario: 15 marzo, 2012

DE VERDADES Y ANGUSTIAS…

 

El siguiente caso es verídico. Le ocurrió al padre, del amigo, del hermano, del padrino, de un amigo. Yo nunca lo conocí, la historia me llegó de alguna manera que ya no recuerdo. No importa, no es el punto.

Un importante empresario, de una lejana ciudad (por la zona de Macondo), llevaba una vida bastante reconocida, legitimada, de esas que ponen de modelo en las publicidades. Digo, llevaba, porque luego de ésta anécdota no volví a saber del tipo. No importa, no es el punto. Todos los días religiosamente se levantaba al 1º canto del gallo, se duchaba, leía entre 3 y 4 diarios, y partía hacia la sede central de su importante cadena multinacional. Pasaba allí toda la mañana, supervisando que ninguno de sus roboticos empleados se saliera del libreto, y volvía a su casa durante el almuerzo por sólo una hora. Almorzaba exigiendo que todos los integrantes de la familia lo hagan con él, ya que pasaba «poco tiempo en casa, y eran las comidas los únicos momentos para compartir». Claro, compartir en sus términos: sólo lo que el quería escuchar.

Así transcurría todo su día, todos los días. Vigilaba empleados, castigaba «errores», defendía «verdades universales» en charlas con «amigos», y sólo dormía y comía en casa. La rutina parecía no afectarle. El brillo de cada billete (que sólo él veía de esa manera), lo inspiraba a seguir incansablemente en busca de otros más brillosos. Con tal, quien podría discutirle sus verdades universales, si en ésta sociedad no gana el sincero, ni el sencillo. Gana el ostentoso, gana el legitimado, gana el que sigue mejor el caminito ya marcado. Podríamos decir, el «ambicioso de lo ya deseado antes».

 

 

Sin embargo, esa noche no sería una noche más en su vida. Una de sus hijas, que hacía ya unos años se había independizado en busca de nuevos horizontes (distintos a los de él), se encontraba de visita compartiendo una cena, junto con su hijito, nieto del hombre en cuestión. El chico, de no más de 4 años, todavía no hablaba de manera fluida, no sabía de libros, ni de negocios, y por los billetes sólo preguntaba: «¿como se juega?». Por otro lado, la relación abuelo-nieto no era la más deseada por el empresario. Más bien era simbólica, formal, de esas en las que la madre le dice al chico «saluda a tu abuelo, dale un beso». Y el abuelo sonríe lo menos falsamente posible, haciéndose creer que el saludo fue natural, sincero. Claro, en el fondo sabía que no era así.

Cerca de la medianoche, el nene se encontraba viendo algún programa de TV en uno de los sillones. El hombre, con ganas de compartir un poco más con su nieto, se sentó cerca y se dispuso a ver el dibujito animado de momento. Mientras el programa transcurría, el chico, muy inmiscuido en él, interrumpió su transe y se dirigió al abuelo: «vo so malo». Unos minutos de silencio pasaron, a lo que el hombre respondió sólo con una risa, a modo de «jaja que divino, que sabrá el pobre chico»

Pasó un rato y el empresario decidió ir a dormir. Fue al baño, volvió al sillón, y le dijo a Juan (el nene) «hasta mañana Juan». Segundos en silencio… silencio… silencio. «hasta mañana Juan», repitió, seguro de que ahora la respuesta llegaría de manera instantánea, pero el silencio nunca se detuvo. Rendido, tratando de creer que nada había pasado, decidió seguir su camino, y obviar el percance.

Aquella noche, fue la primera y última vez que algún integrante de la casa escuchó sollozos provenientes del dormitoriio de José, el empresario, y se prolongaron durante toda la noche. En ningún lado habían quedado ahora el celular de miles de pesos, el auto con asientos de cuero y 48 millones de caballos de fuerza, las vacaciones en Marte, y las verdades universales. Por primera vez, José sintió que no había respuestas inmediatas. Y claro, el largo plazo no era lo suyo, si no se trataba de dinero.

 

 

Estaba por cumplir los 50 años y claro, ya era tarde para cambios en su filosofía de vida. Desde aquel día, fue un poco más intolerante para su entorno. Y claro, eso era mucho teniendo en cuenta lo intolerable que era antes. Su sonrisa fue cada vez más falsa, Pero se prolongó cada vez durante más tiempo.

Las apariencias engañan, simios, y el secreto está en mirar un poco más hacia adentro de uno mismo, antes de profesar verdades inexistentes. La felicidad está en las pequeñas cosas. El resto, son todas mentiras.

 

 

               

 

 

               Saphichay