EL CRISTIANISMO, ESA REVOLUCIÓN SOCIAL QUE ESTAMOS OLVIDANDO (PRIMERA PARTE)

De un tiempo a esta parte he comenzado a pensar en el poder como el vicio de todas las relaciones humanas. Las relaciones que gestan, al poder, se establecen por diferentes mecanismos, del tipo concreto hasta el tipo abstracto; cada vez se busca más que ese poder sea ejercido por medio de mecanismos más del tipo abstracto que del concreto, porque por citar alguno de los casos de este último, podríamos hablar de la violencia física, o las torturas indagatorias en que el mecanismo para ejercer el poder es materialmente visible.

Nótese que para hablar de las relaciones entre seres humanos, he optado por la opción de “relaciones humanas” y no “relaciones sociales”. Hago la salvedad porque es importante explicar que las sociedades tienen como característica central ser masivas, lo cual las transforma sólo en una forma de relación humana, pues también puede hablarse de organizaciones comunitarias, en las cuales existan formas de organización pero que se basen en otras normas y otros rasgos de identidad más emparentados con la semejanza, y no tanto con la identidad como entidad abstracta al estilo Estado-Nación.

Hecha la aclaración retomo el concepto entonces de que el poder es aquel vicio que oscila en todas las formas de organización de las relaciones humanas, y que en la actualidad es más propicio que ese poder tenga fuerza en sus mecanismos abstractos y no en los concretos. Esos mecanismos abstractos pueden ser reconocidos como el ejercicio del poder político, el poder de manipulación discursiva, el poder ideológico, el poder institucional, o el poder económico. En este punto también vale detenerse, para apuntar que cuando referimos a poder económico, entendemos como tal a la relación de contacto que los sujetos tienen con el capital intangible que circula por los mercados, más específicamente las finanzas y patrimonios.

Aquellos poderes abstractos son relacionales, porque adherimos a la manera de entender el poder de M. Foucault, quien lo define como una relación, no como una propiedad individual. Pero si bien se determina en una relación, provoca disposiciones entre los actores que lo disputan, que terminan por darle más posibilidades mecánicas a algunos por sobre otros. El tema actual, es que esta forma de poder abstracto y social (recuérdese que lo social necesariamente es masivo), a través del manoseo que se hace con la representatividad institucional y la burocracia estamental, termina por estar concentrado en minorías que someten a mayorías despojadas de la posibilidad de utilizar algunos mecanismos de poder.

El vaticano es una de las instituciones de poder abstracto  más grandes del mundo social, en su versión globalizada. De todas formas ese poder abstracto tiene consecuencias más concretas que el poder concreto, porque se ejerce masivamente, lo cual puede observarse en los índices de indignidad que provoca la injusticia y desigualdad a escala social. Pero en qué se sustenta esa disposición del poder abstracto que posiciona al vaticano de manera tan hegemónica. Lo que lo sustenta es la infinita fe que provoca el discurso cristiano, es que Cristo (personaje histórico, no religioso), enseña valores muy nobles para la convivencia humana. El tema es que la manipulación y uso que se hace de esa fe, se trasluce en el hecho de que sean pocas las manos en que se concentra la re-elaboración de la institución social más poderosa del globo, el cristianismo.

Digo “re-elaboración” del cristianismo porque me refiero a la interpretación que se hace del discurso original, proveniente de las escrituras bíblicas. Esa re-elaboración es malvada y engañosa, ya que utiliza ese discurso en función de sostener una estructura que lo contradice, en tanto su lógica es individualista y de salvación financiada. La realidad es que muy pocos podemos discutir que verdaderamente es necesario el “amor al prójimo”, pero si la Iglesia es una institución tan fuerte, si el poder eclesiástico por ser portador de los mecanismos abstractos para ejercerlo es tan fuerte, por qué no existe entonces ese amor por el otro. Porque está tan desarrollado que el “sálvese quien pueda” es la naturaleza en la que deben vivir los seres humanos, que no joder a los demás (en términos de no ser problemático) parece ser suficiente para “ganarse el cielo”. Olvidan que Cristo profesaba lo saludable que es problematizar la vida, complejizarla, reflexionarla y cuestionarla, desde en acción de un examen de conciencia hasta en relación participativa al enfrentarse a estructuras como la de los sumo-sacerdotes de aquel imperio romano.

El poder del discurso social cristiano es el más fuerte del planeta, ello manifiesto en que por ejemplo el vaticano tenga su propio Estado-Nación, y representantes en toda la geografía mundial. Es el grupo de presión abstracta más potente, pero que está siendo utilizado a favor de intereses de clase, de los dirigentes eclesiásticos, quienes además de ser supuestos cristianos puros y castos, son además empresarios acaudalados, políticos tendenciosos, y guerreros de una moral de industria, que no permite sentires individuales ni re-significaciones personales del mundo, las juzga amenazando con que “Dios castiga”.

Considero por todo eso, que se debe reivindicar la fuerza simbólica del discurso social cristiano en la pureza de sus escrituras bíblicas, pero apropiárselo desde otra perspectiva, consiguiendo construir a largo plazo una alternativa de cristianismo. Una verdadera alternativa de cristianismo, que albergue bajo su ala a interpretaciones individuales del discurso cristiano, pero que aúne en la práctica a valores muy acordes con la necesidad de conservación de raza, y de respeto por nuestra casa, el mundo. Cristo fue un personaje muy simple, que hacía de sus palabras una fuente de cambio de conciencia, y al que no le interesaron los status de aquel imperio, ni mucho menos el ascenso de clase a costa de ostento material. Esos parecen ser los valores de la Iglesia actual, muy acordes con los del consumismo capitalista.

El discurso cristiano es tan fuerte, que ambas eras de la historia social, tanto la feudal como la capitalista, debieron estar en sintonía con la institución eclesiástica, para podes asentarse como formas de vida hegemónicas de cada época.

Lo que quiero decir, es que si lo que se quiere es una revolución social (al menos como paso previo para una nueva forma de organización de las relaciones humanas, que bien puede ser comunitaria y prescindiendo de los Estado-Nación por ejemplo), necesariamente se debe pensar en retomar el cristianismo como forma de poder abstracto y simbólico más abarcador de la vida social actual. La propuesta abierta a retomar las lecturas bíblicas puede ser una solución para el vacío espiritual actual, que permite que se dejen de lado valores humanos como la igualdad, la justicia, o la fraternidad, que la burguesía prometió en la revolución francesa pero que sigue estando en el “debe” de su oferta como clase. Repito, muchos personajes de diversa índole ideológica, social o política, apoyaron la idea de que lo que solucionaría el acercamiento a esas casi utopías que mencionamos como valores, es justamente el amor y respeto por los demás. Entre esos personajes se cuentan a Lenon, Gandhi, el “che” Guevara, la Madre Teresa, o el propio Bob Marley que reza por un amor indistinto para todos, “one love”, dice.

Si se busca cambios revolucionarios de índole social posibles en el corto plazo, debe pensarse en una re-apropiación del discurso cristiano, y la pluralidad que la interpretación de la biblia debe permitir. La imagen de un Cristo, hermano, igual, compañero, debe ganarle a la de sublime, inquisidor, y emperador del mundo, para que de esa forma se concrete un cambio en el amor a los demás y la acción individual que de allí se desprenda. Alguna vez escuché que Cristo fue el primer revolucionario, tal vez sea una forma de graficar la necesidad de crear una nueva semántica cristiana que no depende de instituciones, sino de COMUNIONES entre ideas diversas que provengan de cada inferencia sobre la escritura pura del cristianismo.

No pienso despedirme sin antes agradecerle a dios por haberme hecho ateo . . . .  

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